30 Apr
CAPITULO VIII

Que nadie le diga lo que tiene que hacer a alguien que ya ha decidido cuál debe ser su destino.

  • Adaya y Meryem fueron hacia la caravana, mientras la viuda vendía sus productos a los miembros de la caravana, Meryem se dirigió hacia la tienda de Aberkán, este se sorprendió al verla y la interrogó sobre lo que le había sucedido. A pesar de haber oído toda la historia, Aberkán se negó rotundamente a llevarla pues decía que las mujeres en las caravanas no traen cosas buenas y consideraba que Meryem estaba siendo poco realista. Él le comentó que el tío de ella, Samir, lo había estafado y que era improbable que fuese ayudarla a ella. Meryem se dio cuenta, una vez más, que la cultura árabe menosprecia a las mujeres y les quitan muchas oportunidades. Aberkán le contó que una vez su abuelo, Abu Yunan, lo salvó de morir deshidratado en el desierto de Teneré, pero que, a pesar de esto, él no tenía ninguna deuda con Meryem pues su deuda ya estaba saldada desde que murío Abu Yunan y no era un hombre del velo para seguir ese código de honor. Entonces Meryem se dio por vencida y regresó a casa de Adaya, le contó lo que había sucedido y prosiguió diciéndole que siempre iría al norte, siguiendo a la caravana y comiendo sus restos. Así lo hizo, pasó la noche al lado de uno de sus camellos y en la madrugada comió unos restos que habían dejado en unas tiendas de acampar para luego ir en marcha hacia el norte.  
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